Mi laguna


No quiero ser creativo, hoy no.

Sólo estoy sentado, frente a mi computadora, pensando en los vanos asuntos de la vida; cosas con la importancia que no requieren, pensando en vivir… viviendo sin pensar. Lamentablemente, no sé qué hago acá, no sé qué es esto, no sé dónde estoy, ni a dónde voy, menos de dónde vengo, tal vez sólo sé lo que tengo, y eso me hace feliz. Tal vez realizo que conservo tantas cosas, que a la vez son ninguna y eso es todo para mí, nada… nada pues, nada para el resto, pues es sólo mío, y el egoísmo del caso resulta positivo, ya que nadie más lo entendería. Lo importante de mi vida es nada, ya que es sólo mío, y como tal, no existe sino en mí. Sí, suelo ser confuso y hasta un poco aburrido, tedioso como pocos, pero supongo que por algo me leen. Mi punto es que mi nada eterna ya la he encontrado, y encuentro curioso que dicha nada externa y compleja totalidad interna se torna amalgamada junto a otra, sí… soy cursi, ahora soy confuso, tedioso y cursi, vamos progresando. Dos nadas deben ser algo, y ese algo es lo único que tengo.

Sí, no fui creativo. Siempre cumplo mis promesas.

Fábula de la Mitad de un Puente


La amalgama de herramientas, y ladrillos, y piedra, socorren a  la argamasa constante, pues ésta es una construcción, la obra de un solo hombre, el trabajo de su vida… curiosamente, no construye un muro, o una pared, o una casa donde refugiarse. Se empeña cuidadosamente, y dedica la totalidad de su tiempo a la fabricación de un puente, ni magnánimo ni gris, sólo un puente simple, sobre un río que, a su carencia de habilidades para la natación, necesita cruzar.

Por qué, pues, se aventura a la siguiente orilla del río, la respuesta es tan sencilla como impactante, hay un hogar en cada pequeña isla, hay demasiadas islas, todas bordeadas por ríos, y vertientes, y canales, y afluencias de todo tipo. Nuestro personaje se decide a cruzar el río, pues sabe que solo, en su hogar, no es muy útil, al menos para sí mismo. Las facilidades y comodidades que ofrecen cada vivienda son innumerables, y hasta cierto punto lujosas. A este hombre no le falta nada, excepto alguien con quien compartirlo.

Meditó dos semanas después de la cuarta luna llena, y resolvió demoler su casa para construir un puente, ladrillo por ladrillo, piedra a piedra. Pasaron algunos meses y el fruto de su esfuerzo resplandecía a los primeros rayos de sol… las dificultades se mostraban reacias a aparecer; pero, tarde o temprano se daría cuenta, ni los ladrillos, ni las piedras, ni la argamasa eran suficientes. Construyó la mitad del puente, y la otra ya se hallaba construida… ¿Qué ocurre? Se pregunta.

Pues el miedo lo invade, y lo destruye, y lo tortura, y no sabe qué hacer al respecto… El final es incierto, hasta el momento no cruza el puente, sólo terminó de construirlo. Hasta el momento duerme sin techo. Hasta el momento no tiene nada… entonces, ¿Es un asunto de confianza o temor?

Moraleja: No vale la pena perder todo por miedo, sé valiente, sé feliz.

Pasajeros de Madera


Ésta es sólo otra historia perdida, de esas que ya no quiero encontrar, tan pulcras que hasta el polvo añoran, y tan irreverentes como pertinentes a su indiferencia. Ésta es la historia de aquel alféizar sagrado y el apoyo del hombre cansino en su corpórea entereza, el roble talado supo llorar su esperanza en el cantar de los pájaros y el anidar de los polluelos, el silbar del poniente viento y la envidia a algún fresno sano, oscilando débilmente en el jardín vecino y ostentando dulcemente la templanza de sus ramas, alicaídas y temerosas, pero hermosas como ninguna.

Así pues, el ex-roble y alféizar, y el hombre cansino habitaban juntos un pequeño departamento en la ciudad, tan especial como ninguno, pero con la general particularidad de encontrarse en medio de un ex-roble ahora convertido en alféizar. Lo curioso del edificio es que primero se construyó la ventana, como un juego de niños, talando el roble. Construyeron alrededor de él, y una pequeña casita del árbol terminó convirtiéndose en un conjunto habitacional.

Lo aun más curioso e interesante de dicha historia, es que ya culminó, sólo eso, sin magia, ni anécdotas, sólo un interés, un cliente, y una sierra. Y he ahí el hombre, apoyando su historia sobre una no-historia, incluso sin conocer su propia historia, se apoya en el soporte inmediato, en el roble firme, en el roble envidioso.

El alféizar nunca tuvo ojos, sólo sirvió de soporte para todos, creyó ser creado para eso, cuando jamás fue creado para nada. El hombre apoya sus problemas en algo que no conoce, se apoya sin temor a caerse porque no tiene nada qué perder, no lo conoce… y el fresno, ajeno a todo, sólo es libre, sólo sigue cayendo. Y al rato, filosofa el hombre y piensa: “Qué tan feliz debo ser para disfrutar mi caída, si el roble jamás caerá… pero jamás se ha movido”.

¿Acaso lo sabe el hombre? No importa… ¿Acaso lo sabe el roble? No importa… ¿Acaso le importa al fresno? Nadie lo sabe.

Blanco en Negro

Este asunto de los colores se vuelve confuso si piensas en ello, todo es percepción, y el rojo no es rojo si eres daltónico y el negro no es negro si lo pones de cara al sol. Al parecer nada es lo que es, sino lo que parece, porque el rojo no será rojo si es que los ojos del que lo ve dicen lo contrario… entonces, se podría decir que tal o cual color sólo “parece” rojo, pero cómo estar seguros que lo es. Si vivimos entre pareceres, y tal vez parece que estamos vivos, cómo saber si lo estamos.

Lo principal: no parece que estamos vivos porque, ante todo, me siento vivo, y mis sentimientos no sólo parecen, sino son. Creo que es un buen comienzo, agentes externos como los colores o los sonidos pueden “parecer”, pero uno no se “parece” a sí mismo, incluso cuando se vive engañado, se sabe que es una mentira, y por cobardía no se suele enfrentarla. Los sentimientos pues, se basan en la verdad, uno no puede sentir algo falso ya que el hecho de sentirlo le quita toda falsedad. Tal vez se pueda decir que una persona viva engañada y no sepa la verdad, por ejemplo el niño adoptado que desconoce su origen y siempre creyó que sus tutores eran sus padres biológicos; sin embargo, aquel niño creía fervientemente que tales personas eran sus padres, y bajo esa verdad, su verdad, nació su concepto de paternidad… tal vez no era cierto, pero era verdad en todo caso. Dicha verdad se confunde a menudo con la fe, que hace ser lo que parece, la fe consiste en creer con una fuerte convicción en algo sin necesidad de pruebas, creer a ciegas, y suele ser tan fuerte, que el sentimiento que produce parece verdad; y, en efecto, lo es mientras se crea en ella, de ahí que la existencia divina es verdadera sólo para sus creyentes, porque ellos sienten que existe.

Regresando al dilema daltónico de los matices rojizos y grisáceos, me resulta curioso poder identificar un agente externo como verdadero o falso sólo por el hecho de sentirlo, ya no depende exclusivamente de mí, sino de algo o alguien más, considero que la fe juega un papel importante acá. Yo puedo tener fe de que tal color es rojo, porque creo fervientemente que lo es; no obstante, sólo me baso en mis ojos para asegurarlo. Y considero aun más importante la fe, ya que cuestionarse constantemente acerca de la vida, si existe o es o no es o no existe redunda en su estupidez, porque mientras encuentras la respuesta olvidas que dejas de sentirte vivo, olvidas que antes de saber por qué estás aquí, ya lo estás, y bajo esa fe, tener fe en que todo irá bien y tener fe en ser feliz, se pueden lograr algunas respuestas que te harán sentir más vivo que nunca.

Al final… el negro, ¿Realmente parece negro si tengo fe que algún día pueda encontrar un destello blanco en su interior?

La noche en que el cielo extrañó sus alas

Ésta es sólo otra madrugada, tan luminosa como siempre, es sólo una noche sin luna. Bajo un cielo violeta divagando entre la plaza de mis sueños, observo el firmamento… lo curioso es que no distingo nada; sin embargo, tengo que seguir ahí, observándolo… me persigue, me persigue y me duele, soportar el peso del universo en mis ojos llega a ser doloroso si te das cuenta de ello.

Extraño volar, zafiro el cielo, lejana la tierra, y volar, pero dónde se ha visto una paloma nocturna, quién haya disfrutado tanto de mi soledad como yo que venga y me despoje de ella. Soy un ave de las penumbras, álgida y onírica me revuelvo siempre, disfruto ver las calles solitarias, y me sumerjo en ellas para sentirme lleno, después de todo, si soy el único que llena la vacía noche, cómo no sentirme lleno de ella.

Sin embargo, el cielo me aplasta. Las nubes son mucho más pesadas en las horas tardías, o tempranas, la sensación enajenada que producen los miles de ojos invisibles alrededor pesa demasiado, y sólo quiero volar… y mis alas perdieron fuerza. El aliciente de mis sueños híbridos se encuentra elevado por ahí, lo encuentro azulado, y me encuentro a su lado. Necesito esperar un poco para verla despegar, necesito observarla desde mi jaula hostil, necesito ahogarme por un momento en perjuicio de sus ansias, y cómo no hacerlo si ofrecí mis alas a su viento, si su sombra es mi guía y su luz me ilumina.

Dicen que hacen falta dos semanas y alzará vuelo, dicen que la distancia se encuentra en los candados… dicen que la jaula no tiene techo.

Antología

Conté los capítulos y su trama me sorprendía… los conté y no acababa, nunca terminé, y me interesa aun más. Aquel libro se torna infinito y una biblioteca se asoma a mi vida, escribo un libro conjunto y su contenido, inexplicable y armonioso, jamás me deja de sorprender.

Lo curioso es que dicha antología posee nombre, apellido, y hasta fecha. Lo increíble es que su tez es poesía y en sus manos delicadas oigo suaves melodías. Dibujando un escenario, me atrevería a despintar el marco y explorar el lienzo con mis dedos, empiezo con un verde otoñal, y se vuelve un morado enternecido.

Aquella antología es pública para todo el que la observe, siento objetar que sólo la entenderían dos personas. Una de ellas está escribiendo esta entrada; la otra, la está leyendo.

Antología lírica de pocos versos, redactada en prosa, con su aroma de incienso, ya la oyente hermosa, me obsequiare algún beso, le regale una rosa, y su amor sea inmerso.

No pretendo escribir ideas holgadas, el texto es breve y el contexto profundo. Estas palabras son la descripción de un momento, un momento que hasta hoy no deja de ocurrir. La eternidad de su entereza se transforma en sentimientos etéreos. Eterna hasta su presencia cuando evoca en mi ser su alma.

La descripción mezquina de mi amor único la llamo antología por múltiples razones… básicamente dos: alguna canción empedernida, cuyo significado encontramos hermoso… y algún conjunto de palabras, cuyo significado ya será revelado.

Cortinas de Sal

Despierto y el sol penetra a través de mis ojos, renuentes a abandonar el sueño; despierto y me siento ligero, soy una pluma que dirige las voluntades del viento y deshace el crujir de los truenos; despierto y ya estoy consciente, me encuentro en medio de la nada, la gravedad me rodea y atrae desmesuradamente, giro y el sol desaparece de mi vista, cambiándolo por la inmensidad de un océano salvaje e indómito que se extiende a lo largo y ancho del horizonte, mis párpados se resisten a observar lo ocurrido, prefiriendo la oscuridad antes que ver su destino… ya no veo, de pronto estoy ciego, mi vista no responde y; sin embargo, no puedo abrir mis ojos, siento que fueron sellados con la esperanza de alimentar un vano devenir, siento que tengo un billete pegado entre cada pestaña y una moneda entre mis oídos, porque tampoco puedo escuchar, el constante silbido de las ráfagas raspantes en mis orejas se desvaneció y parece no regresar, qué hago… la realidad envuelve mi ser y el aroma del agua salada se hace cada vez más intenso, pero a la vez inútil; cuando empiezan a huir mis sentidos y yo sólo me siento engañado me doy cuenta de que, en efecto, estoy cayendo.

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Este pequeño relato lo escribí hace ya algunos meses, exactamente el 30 de Marzo de este año (2011). Aún me parece curioso y ambiguo por la interpretación tan irreverente y lógica que podría encontrar, pero no me aventuro a hallar ninguna, pienso que así es más interesante.
Sólo quería compartir aquel texto, gracias.

Ojos, velocidad, luz

Hablemos de un auto, un auto y un farol. Sí, una historia curiosa, tan dispareja como sus objetivos, pero existiendo en fin, tan distantes y cercanos como tocarse sería su perdición. El auto adolece pues, por un conductor desinteresado, y el farol adolece por no tener conductor alguno, uno por su mediocre e injusta condición estática, aburriéndose de la monotonía de brillar por siempre, aburriéndose de ser opacado siempre, ya sea por el sol o la luna… de ser un objeto artificial cuyo objetivo es artificial, cuya existencia es artificial, y en fin, el artificio distante y lento adolece por ser, mas no por haber sido; el otro, sin embargo, tan veloz, tan potente, tan desgastado, adolece descanso, su existencia tan entretenida cayó en la monotonía de la sorpresa, que empezando con emoción termina siendo un trauma, cayó tan monótonamente en sus vicios que ni el combustible le es suficiente, nada le es suficiente, y sin embargo necesita de todo ello, no se mueve sin un conductor, y termina dependiendo de éste, el hombre, tan dañino, traumatiza a su vehículo, sucio y despintado, pero veloz, siempre veloz… tan veloz que corre el riesgo de jamás detenerse.

Se encontraron pues, dichas existencias y una vida. El conductor chocó ebrio y clavó su auto en una banca circundante, vecino al farol referido. Aquella vez el hombre abandonó el auto, jamás le interesó, y se quedó ahí, en medio de la nada, en medio de todo, si para ellos todo es nada; uno sin el conductor, y el otro sin banca que alumbrar, son nada en medio de un todo llamado ciudad.

Abandonados, los amigos improvisados, se vieron tras el acecho de un niño insurgente, ante ellos claro está, porque a decir verdad, un infante paseando en un parque no es materia de estado, ni insurgencia nacional, pero para un par de objetos despechados qué era un niño, sino la amenaza de su felicidad. La curiosidad del asunto radica en que siempre el más triste es el que añora su tristeza, y realmente está triste por temor a ser feliz. Citemos ahora al auto triste y el farol triste y el niño ingenuo; la escena, desdibujada ya por los avatares personales de los individuos, adquiere un matiz tornasolado, y la existencia de tales objetos se ve marcada sólo por el firme y descansado paso de un niño calmado, tranquilo, absorto, en parte, pero acostumbrado a las trivialidades de la época… después de todo, ese tipo de cosas ‘ocurren todos los días’. En fin, atemorizados, recurre el uno al otro e inquieren simultáneamente ‘¿Qué haremos?’, y el uno aqueja de su inmovilidad, y el otro de su inutilidad, como suelen desprender responsabilidades ante cualquier adversidad, la cooperación parece tan simple como hacer sonar la bocina para espantar al niño, pero la amenaza es mucha, y ambos extraños desesperan sin siquiera saber con quién se encuentran.

Qué harán, entonces, si no empiezan a hacer nada… no, no hicieron nada, tan sólo asustados, aguardaron y esperaron y el peligro pasó, y ellos pasaron, y todo pasó; eventualmente, al no conocer objetivo alguno, el farol iría apagándose espontáneamente y sus hábitos de superación se tornarían cooperativos, tan solo de noche, curándose de su ceguera, de poder ver todo y no distinguir nada, de creerse tan luminoso que oscurecía todo a su alrededor; vio al auto por fin, y conversaron tranquilos, sin bocas, sin lenguas, sin sonidos… sólo el diálogo de la compañía inamovible que le proporcionaba una terrible coincidencia. El auto, despierto y consciente al fin, pudo darse cuenta del movimiento de la vida, de la armonía del paisaje, aprendió a usar la bocina, y le sorprendieron las caricias del viento en vez de sus duros cortes… Se encontraron estos dos, y descubrieron su falta en el otro y su virtud inexistente… se vieron, y sólo eso bastó, aquella mirada ciega transformada en poesía, aquel lenguaje que supuso su existencia.

Al final, nadie habló, nadie hizo nada, nada estaba hecho, y todo lo hicieron ellos… al final no ocurrió nada, tan sólo una pequeña mancha, rastro de los pasos de un niño al pisar un charco de agua… al final, sólo pasó un niño, sólo enmudeció con su mirada… sólo dejó una huella.

Título

Me pedían un título, me pareció leer... lo puse, porque esta entrada será el título de este blog. No creo alcance en una frase; en fin, aquí encontrarán aquello que tal vez no esperen leer, trataré de no hacer tan largas las entradas... Éste es mi título: Le Rêve des Arts.