Catorce de Mayo


Diez meses atrás te vi correr y saltar y sonreír, y por primera vez en algún tiempo, sentí algo extraño, inaudito, feliz. Ocurrió un veintiuno de abril, conocí a la persona más hermosa, dulce, tierna y con una increíble capacidad para hacerme feliz; y hoy, puedo decir que no me arrepiento de absolutamente nada.

Hemos pasado muchas cosas durante este tiempo, cada vez demostrando que somos fuertes, cometimos errores, dijimos idioteces, pero siempre saliendo adelante, luchando por nuestra felicidad.

Les contaré la historia, a quienes no la conocen. A ti preciosa, te refrescaré la memoria. Ocurrió pues, un veintiuno de abril, nos conocimos lejos, importamos una historia, en un campamento, en una carpa… nos conocimos, nos sentimos atraídos, nos besamos, y así empezaría todo. Fue mágico, pero real… volvimos a la ciudad, éramos una suerte de “amigos que no quieren ser amigos y saben que no son amigos pero como no hay palabras para describirlo tienen que ser amigos”, salimos algunas veces, nos dimos el placer de observarnos, descubrirnos, nos dimos el placer de respirar mutuamente, de mirar hacia adelante, juntos, y desde un catorce de mayo empezaría “oficialmente” nuestra historia. Pasó tanto desde entonces, y podría decir que aprendimos demasiado en poco tiempo, luchamos, y seguimos luchando hasta hoy, y fue en esa lucha que nos dimos cuenta de su importancia, que no era algo vano, que nos enamoramos; luego, nueve meses después, habiendo superado obstáculos de todo tipo, nos arriesgamos a decir, con seguridad: “Contra todo y todos, para siempre”

La forma cómo aprendí a amarte fue muy extraña y hasta cierto punto masoquista; sin embargo, no lo es… No es para nada extraña y masoquista, sino hermosa y… bueno, sí fue extraña. Con cada sonrisa, cada beso, cada caricia, abrazo, sumergiéndome en el océano de colores que infunde tu mirada, nadando en el iris que detona tu alma, sollozando tus ojos, bebiendo su luz… nunca creí enamorarme de aquellos ojos, hasta que te tuve en frente mío.

Eres tanto, en serio… y deseo expresarlo así, sé que extrañaste mi carta la semana pasada… aquí está, y que la lea todo el mundo (Aunque sea al que le interese mi blog). Quiero decirte que te amo, como no imaginas, que eres mi vida entera, y que te extraño, añoro cada momento contigo, echo de menos tu calor, tu sonrisa, y no puedo evitar soñar antes de dormir, conversar con mi almohada y contarle lo bello que es vivir contigo, porque sólo contigo puedo decir que estoy completamente vivo.

Te amo, Andrea Mego Paz.

Feliz catorce.


Manuel Patiño Bermúdez

Copa de Ensueño


Mira aquel lago, se regocija en su pulcritud, se baña en nenúfares místicos que deslumbran con su belleza inusual, alfombra floreada, pistilos de sangre circulando en las aguas tranquilas del manantial sagrado, oculto bajo la sombra tenue de los fresnos, pero filtrando entre sus hojas un halo de luz que fulgura el paisaje. Lánguida la vista de mi acompañante, exhala su último suspiro, y cae con la suavidad propia del rocío matutino, fallece dueño de la imagen más bella que supo conocer, la espontaneidad de la situación y el espectáculo divisado no le permitieron cerrar los ojos, y dicha belleza es el tesoro que llevará consigo. Observo la escena impasible, contemplando el devenir de los sueños, el caos de la existencia, y la felicidad de la muerte. Una conclusión extraña: cuando mueres eres feliz ya que no tienes otra opción, no puedes resignarte ante ella, es el único destino que enfrentar. Tú eres lo que fuiste hasta el día de tu muerte, sólo entonces realiza una conclusión de tu vida, y cuando encuentres un significado a tu vida, sé feliz en ese último instante.

El cadáver; sin embargo, siguió muriendo, pero su mirada yacía fija en el resplandor del reflejo que se observaba en el agua. Se veía tan pacífico, tan fuerte, que la muerte jamás lo habría alcanzado… pareciera que él resolvió alcanzarla, y sumergirse sublimemente en las profundidades del estanque divino. La vista, clavada en su objetivo y tornada gris por el destello solar que se apreciaba, permanece firme por unos segundos, convencida de partir, para hacerlo entonces, rindiéndose sus párpados al fin y preparándose para emprender su siguiente viaje. Calma, me susurra el viento al oído; calma, y el silbido sólo acoge cierto calor, cierto color, cierto matiz… pero al final, sólo es un sonido sin nombre, que significa la paz para mí y me recuerda mi misión en aquel lugar. Mi eventual acompañante tenía que fallecer, y cumplió su tarea en este lugar, mas yo aún conservo inconclusos eventos a los cuales atender, y sé que me remitiré a ellos en un corto plazo, como mi temporal amigo, que ya se encontraba en la segunda de sus faenas.

Vuelvo la mirada al lago, percibiendo como él su grandeza. Resuelvo caminar, el cadáver ahora le pertenece a la naturaleza, y ésta le pertenece a él. Mi responsabilidad es limitada y no tengo injerencia en ese asunto; pienso entonces, dicho paisaje deberá generar muchas incógnitas, la búsqueda incesante de los defectos de la hermosura es algo inevitable; sin embargo, planteo una nueva conclusión, sin defectos la hermosura no existe. La imagen de la tarde me parece ávida de errores, mas no encuentro alguno, entonces cuestiono la hermosura del lago, ¿Será realmente hermoso si no tiene nada por que luchar?

Defino la perfección de la manera inusual con que suelo definirla, la perfección de un paisaje recaería en su imperfección; y, por lo tanto, dicho lago, hermoso en apariencia, empezaba a tornarse tedioso, me fastidia estar aquí, mas tengo que estar aquí; aún sin saber por qué, tengo que estarlo. Entonces, tras concluir mi evaluación del lago, me dispongo a continuar mi viaje… “Adiós mejor amigo, los tres minutos que pasé contigo fueron los mejores de mi vida”… abandoné a mi amigo, recién enterándome que era mi amigo, pero realicé algo terrible, en realidad esos tres minutos fueron los únicos de mi vida, no sé qué hago acá y mucho menos que hacía antes de estar acá, sólo abrí los ojos, sólo vislumbré la magia de la vida, el limbo de la existencia misma… sólo estoy vivo.

El lago se empieza a ocultar, negando sus aguas a mi vista, y la verdad tampoco quiero verlo, un par de pasos fueron suficientes para alejarme de él y siento que bastarán miles para regresar, ando más rápido que mi pensamiento y me asusta la idea de detenerme en algún momento. Dos pasos fueron suficientes para aislarme, dos pasos fueron suficientes para cansarme; me encuentro agotado, no puedo más con esto, levanto la mirada y no logro diferenciar un árbol lo suficientemente torcido para descansar, ni que tenga el espesor que produzca la sombra necesaria para protegerme, no necesito un árbol, mi depravación junto con mis necesidades alientan la búsqueda de una herramienta; sin embargo, no hay una sola piedra en el bosque. Este lugar no es para mí, no hay piedras que utilizar… tal vez las piedras no fueron hechas para que las utilice, o tal vez el encontrarlas no es mi objetivo. Giro intempestivamente en contra de mi voluntad, sintiendo  un llamado místico, inusual, intrépido y temeroso; giro pues, y no veo nada sino el cadáver, recuerdo al cuerpo muriendo al lado del manantial, no hay manantial… lo recuerdo al lado de un fresno, no hay fresno… lo recuerdo con los ojos abiertos, no tiene rostro… ¿Qué recuerdo entonces? Y por qué se aparece, por qué me llama… ¿Qué es mi memoria, acaso merezco que juegue conmigo? Sólo abarca un pensamiento mi mente ahora, sólo traduce un sentimiento la retina, ya no quiero… ya no necesito descanso.

Sigo mi camino y me sorprende un roble, viejo y deshojado, en medio del claro más luminoso del bosque circundante, era la ubicación precisa para dicho árbol, impertérrito ante el acecho continuo de los fresnos, de las ilusiones mancebas de los floripondios, y de un cadáver arropado por las emergentes trepadoras. Ese roble me cautivó, incluso más que el espectáculo presenciado, y me llevó a reconsiderar la hermosura del lago, ahora es perfecto, ahora es hermoso, dicho árbol descontinuado alteró el orden, la monotonía, la tristeza del paisaje.

Y cobijado y perplejo y desmayado bajo sus brazos maternales, me vuelco a admirar el lago, y sus matices adquieren el tono de su carencia, y su reflejo ya no asemeja simetría, y su pulcritud es opaca de repente. Sin embargo, me atrae más, el agua y su ligero color  verde me hacen presa de su hipnosis, algún fresno tornó sus fauces hacia mi rostro y me mostró alguna salida entre alguna rama cercana a algún cadáver, pero para qué necesito una salida si ya sólo quiero ingresar… emergen aves que parecen palomas que parecen cándidas y brillantes que parecen puras que parece reales, y son la dentadura del fresno desafiante, cuyo verbo florido intenta desviarme de mi objetivo. Risueño, me alejo del roble, y dispuesto a internarme en aquel lago de vanidades, me dirijo hacia el fresno. Entre su boca percibo la voz de mi amigo diciéndome que me vaya, que tal vez necesite estar solo; ambos lo estamos, le replico despidiéndome. Adiós al buen amigo fresno, adiós a él y su nuevo viaje.

Al borde del manantial de mis fantasías, brote de ensueño, y cáliz de estupor, bebo un poco de sus jugos verdosos… luz…

Abro los ojos y me encuentro postrado en algún lugar extraño… ¿Qué hago entre sábanas blancas?... ¿Por qué el cristal brilla en el techo?... ¿Qué es ese sonido perturbador, metrónomo de mis elegías, cantar de un viejo fresno?...

Tinte


Era sólo una cálida noche de verano y el dibujo de las gotas golpeando el marco de la persiana carecía de la nitidez suficiente para imprimir un retrato continuo. La puerta cerrada y el cristal mullido no son buenas compañeras de mi imaginación, y sedienta, salía de sus entrañas para encontrarse con su atril; pues éste es un dibujo, un poco ruidoso y amargo, con las pinceladas distantes que otorga la angustia de verano, con el andar crepitante de algunos inquilinos húmedos visitando mi regazo. Solía visitar el cielo en mis tiempos de ausencia, soñar despierto y dormir soñando son mi pasaje al mar. Aquellas nubes enfurecidas parecían disfrutar mi autarquía, o mi breve impulso para serlo, y ahí estoy, pintando lo que alguna vez tuve, lo que vería pronto de nuevo.

Dibujo la silueta de la lluvia en la arena, el corte preciso del viento en su mirada, y la sombra brillante que describe el espejo y el rocío eterno que asemeja el cristal y la lágrima que estruja su caminar entre gotas de sal. De miedo y cal se vestían mis manos y alguna voz comenzaba a sonar cálida, lejana, pero íntima, y me coge de la mano y me guía entre sombras y acaricia mi vista con una sonrisa sincera y desaparece con la luz del camino bajo sus alas. El atril de mis sueños lucía disfraces y su máscara afín debía ser removida. Es cierto, el agua limpió el camino y batió sus alas sobre el mar.