Mira aquel lago, se regocija en su pulcritud,
se baña en nenúfares místicos que deslumbran con su belleza inusual, alfombra
floreada, pistilos de sangre circulando en las aguas tranquilas del manantial
sagrado, oculto bajo la sombra tenue de los fresnos, pero filtrando entre sus
hojas un halo de luz que fulgura el paisaje. Lánguida la vista de mi
acompañante, exhala su último suspiro, y cae con la suavidad propia del rocío
matutino, fallece dueño de la imagen más bella que supo conocer, la espontaneidad
de la situación y el espectáculo divisado no le permitieron cerrar los ojos, y
dicha belleza es el tesoro que llevará consigo. Observo la escena impasible,
contemplando el devenir de los sueños, el caos de la existencia, y la felicidad
de la muerte. Una conclusión extraña: cuando mueres eres feliz ya que no tienes
otra opción, no puedes resignarte ante ella, es el único destino que enfrentar.
Tú eres lo que fuiste hasta el día de tu muerte, sólo entonces realiza una
conclusión de tu vida, y cuando encuentres un significado a tu vida, sé feliz
en ese último instante.
El cadáver; sin embargo, siguió muriendo,
pero su mirada yacía fija en el resplandor del reflejo que se observaba en el
agua. Se veía tan pacífico, tan fuerte, que la muerte jamás lo habría
alcanzado… pareciera que él resolvió alcanzarla, y sumergirse sublimemente en
las profundidades del estanque divino. La vista, clavada en su objetivo y
tornada gris por el destello solar que se apreciaba, permanece firme por unos
segundos, convencida de partir, para hacerlo entonces, rindiéndose sus párpados
al fin y preparándose para emprender su siguiente viaje. Calma, me susurra el
viento al oído; calma, y el silbido sólo acoge cierto calor, cierto color,
cierto matiz… pero al final, sólo es un sonido sin nombre, que significa la paz
para mí y me recuerda mi misión en aquel lugar. Mi eventual acompañante tenía
que fallecer, y cumplió su tarea en este lugar, mas yo aún conservo inconclusos
eventos a los cuales atender, y sé que me remitiré a ellos en un corto plazo,
como mi temporal amigo, que ya se encontraba en la segunda de sus faenas.
Vuelvo la mirada al lago, percibiendo como él
su grandeza. Resuelvo caminar, el cadáver ahora le pertenece a la naturaleza, y
ésta le pertenece a él. Mi responsabilidad es limitada y no tengo injerencia en
ese asunto; pienso entonces, dicho paisaje deberá generar muchas incógnitas, la
búsqueda incesante de los defectos de la hermosura es algo inevitable; sin
embargo, planteo una nueva conclusión, sin defectos la hermosura no existe. La
imagen de la tarde me parece ávida de errores, mas no encuentro alguno,
entonces cuestiono la hermosura del lago, ¿Será realmente hermoso si no tiene
nada por que luchar?
Defino la perfección de la manera inusual con
que suelo definirla, la perfección de un paisaje recaería en su imperfección;
y, por lo tanto, dicho lago, hermoso en apariencia, empezaba a tornarse
tedioso, me fastidia estar aquí, mas tengo que estar aquí; aún sin saber por
qué, tengo que estarlo. Entonces, tras concluir mi evaluación del lago, me
dispongo a continuar mi viaje… “Adiós mejor amigo, los tres minutos que pasé
contigo fueron los mejores de mi vida”… abandoné a mi amigo, recién enterándome
que era mi amigo, pero realicé algo terrible, en realidad esos tres minutos
fueron los únicos de mi vida, no sé qué hago acá y mucho menos que hacía antes
de estar acá, sólo abrí los ojos, sólo vislumbré la magia de la vida, el limbo
de la existencia misma… sólo estoy vivo.
El lago se empieza a ocultar, negando sus
aguas a mi vista, y la verdad tampoco quiero verlo, un par de pasos fueron
suficientes para alejarme de él y siento que bastarán miles para regresar, ando
más rápido que mi pensamiento y me asusta la idea de detenerme en algún
momento. Dos pasos fueron suficientes para aislarme, dos pasos fueron
suficientes para cansarme; me encuentro agotado, no puedo más con esto, levanto
la mirada y no logro diferenciar un árbol lo suficientemente torcido para
descansar, ni que tenga el espesor que produzca la sombra necesaria para
protegerme, no necesito un árbol, mi depravación junto con mis necesidades
alientan la búsqueda de una herramienta; sin embargo, no hay una sola piedra en
el bosque. Este lugar no es para mí, no hay piedras que utilizar… tal vez las
piedras no fueron hechas para que las utilice, o tal vez el encontrarlas no es
mi objetivo. Giro intempestivamente en contra de mi voluntad, sintiendo un llamado místico, inusual, intrépido y
temeroso; giro pues, y no veo nada sino el cadáver, recuerdo al cuerpo muriendo
al lado del manantial, no hay manantial… lo recuerdo al lado de un fresno, no
hay fresno… lo recuerdo con los ojos abiertos, no tiene rostro… ¿Qué recuerdo
entonces? Y por qué se aparece, por qué me llama… ¿Qué es mi memoria, acaso
merezco que juegue conmigo? Sólo abarca un pensamiento mi mente ahora, sólo
traduce un sentimiento la retina, ya no quiero… ya no necesito descanso.
Sigo mi camino y me sorprende un roble, viejo
y deshojado, en medio del claro más luminoso del bosque circundante, era la
ubicación precisa para dicho árbol, impertérrito ante el acecho continuo de los
fresnos, de las ilusiones mancebas de los floripondios, y de un cadáver
arropado por las emergentes trepadoras. Ese roble me cautivó, incluso más que
el espectáculo presenciado, y me llevó a reconsiderar la hermosura del lago,
ahora es perfecto, ahora es hermoso, dicho árbol descontinuado alteró el orden,
la monotonía, la tristeza del paisaje.
Y cobijado y perplejo y desmayado bajo sus
brazos maternales, me vuelco a admirar el lago, y sus matices adquieren el tono
de su carencia, y su reflejo ya no asemeja simetría, y su pulcritud es opaca de
repente. Sin embargo, me atrae más, el agua y su ligero color verde me hacen presa de su hipnosis, algún
fresno tornó sus fauces hacia mi rostro y me mostró alguna salida entre alguna
rama cercana a algún cadáver, pero para qué necesito una salida si ya sólo
quiero ingresar… emergen aves que parecen palomas que parecen cándidas y
brillantes que parecen puras que parece reales, y son la dentadura del fresno
desafiante, cuyo verbo florido intenta desviarme de mi objetivo. Risueño, me
alejo del roble, y dispuesto a internarme en aquel lago de vanidades, me dirijo
hacia el fresno. Entre su boca percibo la voz de mi amigo diciéndome que me
vaya, que tal vez necesite estar solo; ambos lo estamos, le replico
despidiéndome. Adiós al buen amigo fresno, adiós a él y su nuevo viaje.
Al borde del manantial de mis fantasías,
brote de ensueño, y cáliz de estupor, bebo un poco de sus jugos verdosos… luz…
Abro los ojos y me encuentro postrado en
algún lugar extraño… ¿Qué hago entre sábanas blancas?... ¿Por qué el cristal
brilla en el techo?... ¿Qué es ese sonido perturbador, metrónomo de mis
elegías, cantar de un viejo fresno?...
Catorce de Mayo