Ojos, velocidad, luz

Hablemos de un auto, un auto y un farol. Sí, una historia curiosa, tan dispareja como sus objetivos, pero existiendo en fin, tan distantes y cercanos como tocarse sería su perdición. El auto adolece pues, por un conductor desinteresado, y el farol adolece por no tener conductor alguno, uno por su mediocre e injusta condición estática, aburriéndose de la monotonía de brillar por siempre, aburriéndose de ser opacado siempre, ya sea por el sol o la luna… de ser un objeto artificial cuyo objetivo es artificial, cuya existencia es artificial, y en fin, el artificio distante y lento adolece por ser, mas no por haber sido; el otro, sin embargo, tan veloz, tan potente, tan desgastado, adolece descanso, su existencia tan entretenida cayó en la monotonía de la sorpresa, que empezando con emoción termina siendo un trauma, cayó tan monótonamente en sus vicios que ni el combustible le es suficiente, nada le es suficiente, y sin embargo necesita de todo ello, no se mueve sin un conductor, y termina dependiendo de éste, el hombre, tan dañino, traumatiza a su vehículo, sucio y despintado, pero veloz, siempre veloz… tan veloz que corre el riesgo de jamás detenerse.

Se encontraron pues, dichas existencias y una vida. El conductor chocó ebrio y clavó su auto en una banca circundante, vecino al farol referido. Aquella vez el hombre abandonó el auto, jamás le interesó, y se quedó ahí, en medio de la nada, en medio de todo, si para ellos todo es nada; uno sin el conductor, y el otro sin banca que alumbrar, son nada en medio de un todo llamado ciudad.

Abandonados, los amigos improvisados, se vieron tras el acecho de un niño insurgente, ante ellos claro está, porque a decir verdad, un infante paseando en un parque no es materia de estado, ni insurgencia nacional, pero para un par de objetos despechados qué era un niño, sino la amenaza de su felicidad. La curiosidad del asunto radica en que siempre el más triste es el que añora su tristeza, y realmente está triste por temor a ser feliz. Citemos ahora al auto triste y el farol triste y el niño ingenuo; la escena, desdibujada ya por los avatares personales de los individuos, adquiere un matiz tornasolado, y la existencia de tales objetos se ve marcada sólo por el firme y descansado paso de un niño calmado, tranquilo, absorto, en parte, pero acostumbrado a las trivialidades de la época… después de todo, ese tipo de cosas ‘ocurren todos los días’. En fin, atemorizados, recurre el uno al otro e inquieren simultáneamente ‘¿Qué haremos?’, y el uno aqueja de su inmovilidad, y el otro de su inutilidad, como suelen desprender responsabilidades ante cualquier adversidad, la cooperación parece tan simple como hacer sonar la bocina para espantar al niño, pero la amenaza es mucha, y ambos extraños desesperan sin siquiera saber con quién se encuentran.

Qué harán, entonces, si no empiezan a hacer nada… no, no hicieron nada, tan sólo asustados, aguardaron y esperaron y el peligro pasó, y ellos pasaron, y todo pasó; eventualmente, al no conocer objetivo alguno, el farol iría apagándose espontáneamente y sus hábitos de superación se tornarían cooperativos, tan solo de noche, curándose de su ceguera, de poder ver todo y no distinguir nada, de creerse tan luminoso que oscurecía todo a su alrededor; vio al auto por fin, y conversaron tranquilos, sin bocas, sin lenguas, sin sonidos… sólo el diálogo de la compañía inamovible que le proporcionaba una terrible coincidencia. El auto, despierto y consciente al fin, pudo darse cuenta del movimiento de la vida, de la armonía del paisaje, aprendió a usar la bocina, y le sorprendieron las caricias del viento en vez de sus duros cortes… Se encontraron estos dos, y descubrieron su falta en el otro y su virtud inexistente… se vieron, y sólo eso bastó, aquella mirada ciega transformada en poesía, aquel lenguaje que supuso su existencia.

Al final, nadie habló, nadie hizo nada, nada estaba hecho, y todo lo hicieron ellos… al final no ocurrió nada, tan sólo una pequeña mancha, rastro de los pasos de un niño al pisar un charco de agua… al final, sólo pasó un niño, sólo enmudeció con su mirada… sólo dejó una huella.

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