Desde la navidad maldita en que perdió todo,
se ahogó en el mar de sus culpas. Sus dolencias la perseguían al ritmo de sus
pulgas y el morral caqui que llevaba a la altura de la cadera parecía ansiar
competir palmo a palmo con la hemeroteca nacional. Las ojotas destartaladas
aseguraban la huella del desprecio que inspiraba en sus detractores y, más
enlodadas que nunca, se adhirieron a una página de un diario perdido. Se
percató del suceso y lo recogió con la algarabía que suponía su nuevo hallazgo,
una pizca menos de frío, un nuevo hogar para sus bichos, una suerte de
calefacción en un invierno otoñal que contrasta la primavera brillante de la
que se jactaba la élite desdeñosa que
gobernaba la ciudad.
Empezó por leer el diario ignorando la mancha
de sangre que adornaba la contraportada y centrándose en el curioso titular:
“Todo continúa normal”. Parecía un chiste, hasta ella y el resto de indigentes
sabía del conflicto congresal, sabían del inminente autoritarismo y su
preocupante proximidad. “La prensa” ya no era la prensa y su contenido era más
jocoso que jovial, más burlón que revolucionario, y era burlón porque decir
semejante tontería no es sino una mofa hacia pueblo consternado. No hizo más
que reírse y guardar el periódico en su bolso.
Un policía la abordó al poco rato exigiéndole
la devolución del medio impreso por haber visto una mancha roja sospechosa. La
joven le ofreció su mochila y el efectivo pudo observar decenas de ejemplares,
viejos y no tan viejos, y la gran mayoría con un pequeño hematoma decorativo en
alguna parte. El hombre sólo alcanzó a rendirse y disculparse con la agraviada,
decidiendo que, entre tanta mugre, la gaceta terminaría perdida.
Pasaron las horas y, tras una cena
improvisada con un gato pequeño que habría adoptado, la mujer se dirigió sin
prisas hacia la sombra de su puente nocturno. Llegó a las dos horas pasada la
medianoche; caminando y conversando y jugando y saltando con el dulce minino,
entabló una pequeña esperanza contra la crisis, despejó su mente y retiró sus
miserias, elevó la cabeza y firme, buscó la hierba más mullida y dócil para
dormir. Marcó su territorio y, marcador en mano, se dispuso a encontrar el
orquestal periódico de ayer. Tras unos relativamente rápidos treinta y cinco
minutos de búsqueda lo halló doblado entre uno de hace seis días y otro de
cuatro meses y medio; sin notar el pequeño salpicón de líquido vital, armada ya la frazada de pliegos y tabloides, tachó el titular e imprimió un
mensaje peculiar encima: “Todo va a estar bien” se alcanzaba a leer,
encabezando la imagen del político, siempre sonriente, saludando gracioso en la
puerta trasera del congreso al grupo de señores bien vestidos que lo esperaba, y
despidiéndose valiente del sedán azul que acababa de estrenar.
Le Moment – Mémoire III: Clocharde