Le Moment – Mémoire III: Clocharde



Desde la navidad maldita en que perdió todo, se ahogó en el mar de sus culpas. Sus dolencias la perseguían al ritmo de sus pulgas y el morral caqui que llevaba a la altura de la cadera parecía ansiar competir palmo a palmo con la hemeroteca nacional. Las ojotas destartaladas aseguraban la huella del desprecio que inspiraba en sus detractores y, más enlodadas que nunca, se adhirieron a una página de un diario perdido. Se percató del suceso y lo recogió con la algarabía que suponía su nuevo hallazgo, una pizca menos de frío, un nuevo hogar para sus bichos, una suerte de calefacción en un invierno otoñal que contrasta la primavera brillante de la que se jactaba la élite desdeñosa que gobernaba la ciudad.

Empezó por leer el diario ignorando la mancha de sangre que adornaba la contraportada y centrándose en el curioso titular: “Todo continúa normal”. Parecía un chiste, hasta ella y el resto de indigentes sabía del conflicto congresal, sabían del inminente autoritarismo y su preocupante proximidad. “La prensa” ya no era la prensa y su contenido era más jocoso que jovial, más burlón que revolucionario, y era burlón porque decir semejante tontería no es sino una mofa hacia pueblo consternado. No hizo más que reírse y guardar el periódico en su bolso.

Un policía la abordó al poco rato exigiéndole la devolución del medio impreso por haber visto una mancha roja sospechosa. La joven le ofreció su mochila y el efectivo pudo observar decenas de ejemplares, viejos y no tan viejos, y la gran mayoría con un pequeño hematoma decorativo en alguna parte. El hombre sólo alcanzó a rendirse y disculparse con la agraviada, decidiendo que, entre tanta mugre, la gaceta terminaría perdida.

Pasaron las horas y, tras una cena improvisada con un gato pequeño que habría adoptado, la mujer se dirigió sin prisas hacia la sombra de su puente nocturno. Llegó a las dos horas pasada la medianoche; caminando y conversando y jugando y saltando con el dulce minino, entabló una pequeña esperanza contra la crisis, despejó su mente y retiró sus miserias, elevó la cabeza y firme, buscó la hierba más mullida y dócil para dormir. Marcó su territorio y, marcador en mano, se dispuso a encontrar el orquestal periódico de ayer. Tras unos relativamente rápidos treinta y cinco minutos de búsqueda lo halló doblado entre uno de hace seis días y otro de cuatro meses y medio; sin notar el pequeño salpicón de líquido vital, armada ya la frazada de pliegos y tabloides, tachó el titular e imprimió un mensaje peculiar encima: “Todo va a estar bien” se alcanzaba a leer, encabezando la imagen del político, siempre sonriente, saludando gracioso en la puerta trasera del congreso al grupo de señores bien vestidos que lo esperaba, y despidiéndose valiente del sedán azul que acababa de estrenar.

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