Le Moment – Mémoire II: Le Cambriolage



El plan fue perfecto. No había ningún detalle que se les hubiera podido escapar; llevaban alrededor de dos meses pensándolo, maquinando la despedida, la llegada, el azar, el escape y el escaparate ingenuo que había que surcar, el cerco endeble, las miradas sórdidas y apaciguadas, el vigilante insomne y taciturno; la cobertura, en general, fue impecable; y los ejecutores, duchos en la sucia labor que ejercían, lucían ansiosos por concretarla: el botín era lujoso y la experiencia, inolvidable.

Abordaron pues, los cinco ladrones, la minivan negra que los esperaba afuera de su acostumbrado rendezvous y partieron de inmediato. Cantando algún éxito de Sabina, y jugando al intelectual y su comedia, describieron astutamente los detalles del pronto asalto: Tigre y Mozart espiarían durante media hora la parte trasera del hogar, surcarían el pasto tras una breve maniobra y entrarían por un pequeño agujero que encontrarían en una ventana oculta; Dandy tocaría el timbre obedeciendo a la visita semanal que hizo durante mes y medio para despistar al vigilante flojo; Pequeño Dub se ocuparía de la distracción y sería la “campana” en caso sucediera algo fuera de lo normal; por último, Winnie esperaría con la minivan a dos cuadras del lugar hasta que le den la señal para abrir sus puertas y concretar el robo.

La minivan dejó a la pareja a la espalda de la casa y a Dandy en la cuadra siguiente. Dub se había bajado hace un rato y, con su maletín travieso, desataría la euforia de grandes y chicos montando un escenario digno del mejor circo en la plazuela más cercana. Como era de esperarse, la voz corrió rápido y los transeúntes se apresuraron para coger un buen sitio, lo suficientemente cerca para ver cómodamente, pero algo lejos para escapar a la limosna inevitable tras el grand finale.

Dandy se apresuró y llamó a la puerta antes de tiempo; no le dio el tiempo necesario a Tigre para inspeccionar el lugar, ni a Mozart para componer la sinfonía del hurto que descendería en un timbre silencioso. Sonó, retumbó y asustó a los inocentes ladrones, expertos traicionados por el nerviosismo que suponía la importancia del caso. Tigre permitió su ingreso, previa puteada implícita en la mirada, y fue entonces cuando la tragedia asomaría su burlona sonrisa por primera vez.

El joven y novicio Dandy empezó su labor de delincuente hace apenas siete semanas, era recién un principiante, un cachorro que debutaría a lo grande; sin embargo, su falta de profesionalismo le jugaría una mala pasada. “Rubio”, como se creía, y lampiño, se perfilaba como el Ricky Ricón del Fuerte. Usando charol de calzado y portando siempre su vistosa corbata roja, se aventuró en el mundo que suponía el iniciar “le cambriolage” en aquella mansión. Se dirigió al comedor por inercia y fue sorprendido por una curiosa nota en letras rojas que se erigía en medio del salón pacífico. Grande y pequeña como ninguna, el papelucho rezaba:

                Queridos ladrones.
                               Si van a utilizar el baño, por favor jalen la palanca.
                               Gracias.

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