Escena de un hombre agotado


Desde el erial de los sueños rotos, tras el velo de un poema enterrado, ahí encontré esta balada.

Calada en mi piel la hallé a medianoche
Entre copas de whisky aún por secar.
Desde algún suave eco hallado en el mar
Aún sin secar, luz de luna en mi piel.

(CXII)


Sin embargo, es un cuento lo que les traigo hoy. Una historia curiosa, el personaje de siempre hoy será el protagonista.

Escena:

“Adiós” susurraba mientras volteaba sin vacilar. Me alejaba lentamente con el sinsabor de mis decisiones, con la responsabilidad de mi herejía y la condena de mis deseos. Me fui con la mirada gacha, el cuerpo erguido, despreciando el frío de mi orgullo y escupiendo mis ganas de llorar. No pude voltear a verla, no pude soportar la sentencia de su mirada, la súplica de la mía, el perdón de la nuestra. Sólo seguí andando hasta la esquina respectiva, me largué en mi autobús mientras pensaba en los mártires de la independencia. Me sentí tan anónimo, parecí tan cobarde… una pequeña lágrima se asomó en mi rostro y se dispuso a comenzar su recorrido.

La historia:

Aquella lágrima encontró su origen como espectador paciente. Observó tanto que empezó a tomar forma, y las palabras brotaban como pequeñas llamas de fuego azul, y el aire nostálgico le informaba que todo culminaba. Una conversación inconclusa, un verbo indecente, un reproche sensato, un sentimiento extendido, todo se mezclaba y recibía mensajes, órdenes y desórdenes, algo le impedía salir, “pero por qué sólo a mí”, se preguntaba ya que otras desfilaban inconformes hacia el abismo de su sinceridad. Se fueron, pues, y dicha lágrima se quedó sola, hasta el final de la escena.

Fue desterrada con la carga de un encuentro fortuito, el encuentro personal del individuo, el rencor interno que le produjo sus acciones. Fue despedida cargando tanto odio, tanta amargura hacia su dueño que despreció su recorrido, maldijo la mejilla, deshonró al párpado infame que le negaba su apertura, se perdió entre sus labios y cumplió su objetivo. El muchacho enterró el sinsabor de su nostalgia en su boca, en el silencio de aquella lágrima, comprendió que nada era justo, que no obtendría nada bueno de lo ocurrido, que estaba agotado.


Así culmina un cuento triste, así describí una historia inconclusa.

1 comentario :

  1. Hasta yo lloré con una lágrima roja, pero no te equivoques no estaba herida es que me equivoque de lápiz delineador y en vez de marrón utilicé el rojo...

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